julio 03, 2016

Nidos de Águila

NIDOS DE ÁGUILAS
Por Manuel Pereira

Algunos países, pequeños y pobres, despliegan más celebridades literarias que ciertas potencias con economías más pujantes. Esas naciones no sólo atesoran más personalidades, sino que, en ocasiones, éstas superan en brillantez a sus pariguales en las metrópolis.

Tal es el caso de Cuba y también el de otra isla: Irlanda, cuyo preludio es la asombrosa filosofía del inmaterialismo del obispo Berkeley (1685-1753). Le sigue Laurence Sterne con su Tristram Shandy (1767), novela fundacional que rompió los rígidos moldes del género en su época. 

Aparte de elevar la primera estrella irlandesa hasta el firmamento de las letras universales, Sterne anunció a su coterráneo James Joyce en el tratamiento del tiempo interior, el humor paródico, la sátira y el experimentalismo. A su vez, con la novela Ulises (1922), Joyce protagonizó (junto con Proust y Kafka) la copernicana revolución narrativa en Occidente. 

Otros inmortales de la Isla Esmeralda son Jonathan Swift (Los viajes de Gulliver, 1726), Oliver Goldsmith (El vicario de Wakefield, 1766), Charles Maturin (Melmoth el errabundo, 1820); Sheridan Le Fanu (Carmilla, 1872), Oscar Wilde (El retrato de Dorian Gray, 1891), Bram Stoker (Drácula, 1897), George Bernard Shaw (Pigmalión, 1914), William Butler Yeats (La Torre, 1928), Samuel Beckett (Esperando a Godot, 1952) …

¿Por qué allí han tenido lugar tantas hazañas literarias? ¿Será por la cerveza negra Guinness o por sus desayunos con salchichas, beicon, huevos fritos y pan de papa? ¿Será por la mítica canción de Molly Mallone, por San Patricio y el trébol de tres hojas? ¿Acaso influyeron los acantilados, las frecuentes lluvias, las torres circulares medievales? ¿Será porque según Freud: “los irlandeses son la única raza impermeable al psicoanálisis”? ¿Tendrá algo que ver la tradición popular del Limerick, esa forma poética chistosa, a veces obscena, siempre descabellada?

Los irlandeses se rebelaban contra la lengua de los ingleses, pero no ignorándola, sino recreándola o reinventándola. Esa rebeldía fue creadora, pues se tradujo en laboratorio literario, en experimentación, en desenfado, en osadía. 

Por su parte, los ingleses parecen reverenciar tanto su lengua que la encorsetaron. Algo similar sucedió en nuestro idioma durante la segunda mitad del siglo pasado con el Boom latinoamericano. Los hispanoamericanos somos a España lo que los irlandeses a Inglaterra. Hemos enriquecido la lengua modificando las nociones de novela y de poema. Hemos flexibilizado, agilizado y modernizado el castellano. 

Joyce decía: “yo no escribo en inglés, sino en anti-inglés”, lo cual explica su revolución del lenguaje, su irreverencia ante la lengua dominante, sus juegos de palabras casi intraducibles.

Otro país que genera talentos a manos llenas es Rumanía, la nación más pobre de Europa, después de Bulgaria. Por ejemplo, el poeta Tristan Tzara, fundador del Dadaísmo; Brancusi, el escultor que logró la síntesis de las formas, Paul Celan, el poeta de la lengua adánica; el audaz pensador Emil Cioran, el dramaturgo del absurdo Eugène Ionesco, el insondable Mircea Eliade…

Todos estos creadores en estado de gracia triunfaron fuera de ese país tan vampirizado por la Historia, huyeron del ambiente pueblerino en el que les tocó nacer. 

¿Por qué, sin dejar de ser rumanos, se volvieron internacionales? La respuesta más conocida la dio el escritor brasileño Oswald de Andrade en 1928 con su Manifiesto Antropófago: una apología del salvaje que devora la cultura del colonizador. El colonizado -o primitivo- deglute y digiere la cultura europea incorporándola a su fuerza telúrica y ancestral, con lo cual su poderío -elevado al cuadrado- se universaliza. 

Lejos de ser privativo de Brasil, este canibalismo del espíritu es global, como se vio a partir del período Heian cuando Japón adquirió su personalidad literaria escribiendo ya en japonés (silabarios) y no en chino. 

Estos metabolismos culturales se extienden a otras partes de nuestro continente. Ilustres antropófagos: Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Jorge Luis Borges, Alfonso Reyes, Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Lezama Lima, Alejo Carpentier… 
Cincuenta años antes de la pantagruélica metáfora brasileña, ya nuestro caníbal mayor, José Martí, analizaba esa voracidad intelectual en una carta a José Joaquín Palma: “Es nuestra tierra (...) un nido de águilas; y como no hay aire allí para las águilas (...) tendemos, apenas nacidos, el vuelo impaciente a los peñascos de Heidelberg, a los frisos del Partenón, a la casa de Plinio, a la altiva Sorbona, a la agrietada y muerta Salamanca. Hambrientos de cultura, la tomamos donde la hallamos más brillante. Como nos vedan lo nuestro, nos empapamos en lo ajeno. Así, cubanos, henos trocados, por nuestra forzada educación viciosa, en griegos, romanos, españoles, franceses, alemanes.”



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